Comentario
A finales de 1938, un kommando de seiscientos detenidos de Sachsenhausem fue enviado a los alrededores de la pequeña ciudad de Fürstenberg, en Mecklenburg. El convoy se paró cerca de un lago. En los alrededores había dunas de arena casi blanca y bosques de coníferas. Era un lugar tan desolado que recibía el nombre de la "pequeña Siberia mecklenburguesa".
Los hombres del kommando aún no sabían que iban a construir el campo de mujeres más grande de todo el universo concentracionario nazi. La puerta de entrada se abría directamente sobre la plaza del campo, Lagerplatz, que se extendía por una larga avenida en la que tenían lugar las formaciones.
Allí se encontraban todos los elementos para el decorado concentracionario: un gran edificio para duchas y cocinas, los despachos del jefe de seguridad del campo y de los vigilantes, los calabozos y, dominando el muro, bien visible, la chimenea del horno crematorio. En 1944 se construirían las cámaras de gas, muy cerca de un pasadizo estrecho que tenía las paredes salpicadas de manchas de sangre y de agujeros de balas.
Ravensbrück no difería de los demás campos de exterminio. En los alrededores estaban las casas confortables de los SS, sus jardines, el lago, los bosques y la arena. Poco a poco, el campo se amplió, se le añadieron barracas, edificios administrativos y, sobre todo, talleres de trabajo. Los principales eran los de las empresas Industriehof y Siemens.
Las primeras mujeres en llegar, en 1939, fueron alemanas; algunas, presas comunes, pero la mayoría antifascistas o testigos de Jehová. Luego llegarían las austriacas, checas, polacas y gitanas de varios países.
Durante el invierno de 1940-1941 empezaron las primeras selecciones para la exterminación. Mil seiscientas enfermas, judías y gitanas con sus hijos en brazos fueron gaseadas en Bernburg, cerca de Dessau.
Con la primavera llegaron las primeras ejecuciones públicas. En agosto de 1944, 58.000 mujeres habían sido registradas en el campo. En la cámara de gas construida en 1944 fueron exterminadas alrededor de ocho mil mujeres.
Un total de 150.000 mujeres de 23 nacionalidades distintas pasaron por Ravensbrück. De ellas murieron unas noventa mil.
Las deportadas hacían intensas jornadas de trabajo, más de catorce horas al día, sin tiempo para descansar ni después de las comidas. Los transportes negros, en los que desaparecían miles de mujeres y criaturas nunca contabilizados, se multiplicaron.
El doctor Gebhardt, de la Universidad de Berlín, hizo allí sus experimentos. A algunas deportadas se les inoculó semen de chimpancé. Como los hombres, se cuentan por millares las mujeres utilizadas como cobayas para los experimentos pretendidamente científicos de los médicos SS.
El 20 de marzo de 1947, el Tribunal Internacional de Nuremberg hacía constar: "A partir de marzo de 1944, y hasta el mes de enero de 1945, se practicaron varios experimentos de esterilización en distintos campos de concentración, y en particular en Auschwitz y Ravensbrück. Su finalidad era siempre elaborar un método de esterilización susceptible de ser aplicado a millones de seres humanos con un mínimo de tiempo, de esfuerzos y de gastos. Estos experimentos se realizaron por medio de la cirugía, los rayos X y medicamentos de diversa índole. Millares de víctimas fueron esterilizadas de este modo y en consecuencia sufrieron nefastos efectos físicos y mentales".
Miles y miles de mujeres murieron también en Bergen-Belsen, Auschwitz, Birkenau, Treblinka, Chelmno y Belzec.
Por un decreto de marzo de 1941, Himmler extendió la eutanasia, que ya había sido decidida en septiembre de 1939 para todos los incurables y enfermos mentales inhábiles, a los detenidos de los campos que no eran aptos para el trabajo en general o que estaban enfermos durante más de tres meses.
Dos meses más tarde, el doctor Sigmund Rascher utilizó a detenidos de Dachau como cobayas humanas para el estudio de la resistencia del hombre en los vuelos a gran altura. A partir de mayo de 1941, los experimentos pseudocientíficos con los deportados se convirtieron en norma.
Hubo experimentos sobre el tifus exantemático en Buchenwald y Auschwitz, sobre la congelación en Dachau, sobre el cáncer en Auschwitz, sobre las operaciones quirúrgicas y la tuberculosis en Gusen y Dachau, sobre los trasplantes de huesos en Ravensbrück. Durante estas pruebas murieron millares de niños, mujeres y hombres.
Convendría recordar que estos crímenes no sólo fueron cometidos por los SS, sirio también por la Wehrmarcht (Ejército de Tierra), la Luftwaffe (Aviación), la Kriegsmarine (Marina de guerra) y también por empresas privadas como la firma Bayern, la cual compraba mujeres al comandante de Auschwitz.
En junio de 1940, Himmler inauguró el campo de Auschwitz, situado en los nuevos territorios ocupados del este, a unos 35 kilómetros al este de Kattowitz, con el fin de instalar allí a los numerosos polacos detenidos por la policía de seguridad.
En marzo de 1941, el Reichsführer SS ordenó que se ampliara el campo en un vasto territorio de unos veinticinco mil metros cuadrados para dar cabida a más de cien mil prisioneros.
Había dos motivos para tal ampliación: el primero, la proximidad con los territorios de la Alta Silesia, donde se albergaba a toda la industria trasladada hacia el este con el fin de ser protegida de las incursiones aéreas. El segundo, llevar a cabo los planes de exterminio de judíos ordenados por Himmler y cumplidos meticulosamente por el comandante de Auschwitz, Rudolf Höss.
Más tarde, Himmler decretó que se abriera el nuevo campo de Birkenau (Brzazinka), a unos tres kilómetros del campo central. Con el tiempo, Birkenau se convirtió en el campo más extenso del universo concentracionario nazi. A partir de 1941, Birkenau albergaría unos doscientos mil prisioneros hacinados en más de seiscientos barracones.
Al final de la guerra existían además tres campos anexos a Auschwitz: la Sección B I, destinado a más de veinte mil deportados, la Sección B II, con sesenta mil prisioneros y la Sección B III, con el mismo número de detenidos.
Las cámaras de gas no dejaron de funcionar durante todo esté período y el comandante Höss dirigió con sumo rigor las selecciones y la instalación del gas Cyclon B, que exterminaba más rápidamente y con un menor coste millares de vidas humanas.
Durante el proceso de Nuremberg, el Obersturmbannführer SS Rudolf Höss, ex comandante de Auschwitz, admitió que los SS hablan quemado niños vivos en los hornos crematorios. Luego añadió: "Los niños de corta edad eran invariablemente exterminados, puesto que no eran aptos para el trabajo... A menudo, las mujeres los escondían bajo su ropa, pero sin lugar a dudas los exterminábamos así que los encontrábamos".
Höss confesó que mientras fue comandante del campo (mayo de 1940 a septiembre de 1943) fueron gaseados en Auschwitz dos millones quinientos mil seres humanos, además de medio millón que perecieron de hambre o por diversas enfermedades. La documentación recogida por la comisión mixta polaco-soviética reveló que el número total de muertos en este campo superaba los cuatro millones.
En abril de 1944, el jefe de la WVHA anunció a Himmler la existencia de un total de veinte campos centrales con un anexo de 165 campos exteriores de trabajo.
La farragosa burocracia de los SS en los campos de exterminio se encargó de camuflar los centenares de miles de asesinatos. Todas las muertes eran calificadas de naturales.
Los que morían bajo tortura eran inscritos como fallecidos por paro cardiaco. Los que acababan en los crematorios, por neumonía. Millares de deportados fueron acribillados por las balas de los SS y su muerte anotada como que habían sido abatidos durante una tentativa de huida.
Con el fin de que no quedasen pruebas de su locura criminal, los SS hicieron volar las cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka y Sobibor.